El vuelo de las manos


Abraham Miguel Domínguez


El nuevo cliente me dijo que a las nueve. Lo primero que hice en cuanto llegué fue quitarme la ropa y abrir la regadera para quitarme el olor de mi cliente anterior. No, yo no hago visitas a domicilio, pero la lana es la lana. Entro al baño y no me da asco que el tipo me haya pasado la lengua por todos lados. Para eso está, para eso estoy. Me estropajeo con ganas, pero no me lavo el cabello. El agua caliente me cae sobre los hombros y poco a poco se me escurre por los costados y la entrepierna. Estoy un poco lastimada. El tipo traía ganas. Salgo de la regadera y me seco bien. Puedo ver mi reflejo en el espejo grande del baño y me observo. Me gustan mis senos, mis caderas, lo que hay entre ellas. De esto vivo, chingaos. Y bien que deja. 
              Camino desnuda por la habitación y me dispongo a maquillarme así, sin ropa. Me gusta seguir mirándome en el espejo. No me pondré mucho, sólo un poco de base, rubor y un lipstick rojo. Los labios son los labios. Tienen que estar lindos. Son la bienvenida, lo que corre, lo que recibe, lo que moja. Sé que les gusta una boca roja, grande, redonda, carnosa, hinchada. Me marco las cejas con el lápiz. Mi párpado tiende a verse caído, así que con cuidado y marcando el negro, ahora da la impresión de ser amplio, triangular, soberbio. Sigue un poco de rubor y listo. 
              El pelo suelto, siempre suelto. 
              Abro mi clóset para escoger las pocas prendas que me pondré. Sólo una tanga roja de piedritas y ya. Arriba la bata, por supuesto. La petición del sujeto decía “fresca y recién bañada”. Pues aquí estoy: fresca, recién bañada y bastante húmeda. Pero algo me dice que voltee, algo me dice que mire hacia la ventana. 
              Ahí está mi vecino. Me mira por un costado de la cortina que no cerré bien. Es el tipo casado que vive enfrente. Sé que me mira en las mañanas. Sé que se la jala. Sé que de seguro sueña conmigo. Por alguna extraña razón, a veces me gusta. 
              Corro bien la cortina y le doy chance de que me vea completa. No apago la luz. Lo ignoro pero sé que está ahí. De reojo veo que su mano se mueve. Al frente y hacía atrás. Disfrútalo, chiquito, ándale. Me inclino para sacar los tacones más altos que tengo. Me los pongo y me siento en la cama con las piernas abiertas. Soy deliciosa, lo sé. Tomo mis senos y los empiezo a acariciar. Acaricio mis muslos y se me ocurre echarme para atrás en la cama. Lo hago. Y sé que me quiero comer, que me quiero disfrutar. Él me quiere devorar. Y le pido que me mire aunque no me escuche. Es imposible hablar…pero tenemos las imágenes, tenemos las muestras. Él sube y baja la mano de su pelvis. Que lo siga haciendo. Yo haré lo mío. Es su mano y mi mano. Sus dedos allá y mis dedos aquí. Mírame. Ahora está aquí y lo siento encima. Hazme lo que quieras, como quieras. Primero lento y después duro, más duro. Más y más. Suspiro, inhalo y exhalo más rápido que de costumbre. Viene y va y me voy con él.
Suena el timbre. Maldición. Él sigue allá.

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