El rumor de los grillos


Benjamín Sandoval Zacarías



Bajo la parda niebla de un amanecer de invierno
T.S. Elliot



Diana y Khalil duermen plácidamente sin ser perturbados por el ruido. Afuera, un grupo de agentes antiterroristas lleva a cabo una redada en el dormitorio de enfrente. Han golpeado a algunos estudiantes y a otros los conducen esposados a un camión blindado. La semana pasada también hubo arrestos en los institutos de física e ingeniería; a pesar de que se guarda silencio sobre estos acontecimientos, días después corrió el rumor de que los arrestados eran científicos del proyecto de la nueva estación espacial.
             Diana ha comenzado a mostrar señales de haber entrado en un sueño profundo. La luz del farol se filtra por la ventana frente a la que estoy de pie observando la redada, y permite distinguir con claridad la silueta de su cuerpo desnudo. Su larga cabellera negra le cubre los senos y baja hasta las primeras costillas. Khalil permanece bajo las sábanas, soñando seguramente. Por la tarde, preparó una infusión con las raíces de una planta que tiene cualidades psicotrópicas. Se comenzó a vender hace poco de forma clandestina cerca de los laboratorios de bioingeniería, en la parte alta de la reserva forestal. En pocos días se volvió una de las drogas más populares del campus. El sabor es amargo y algo picante. No era necesario dejar pasar mucho tiempo después de beberla para que sus efectos se dejaran sentir. Hoy al probarla me sentí algo mareado y con  síntomas de fiebre; poco después mis músculos se fueron relajando y mis sentidos se agudizaron. Escuchaba la plática y las risas de Diana y Khalil como si estuviera dentro de lo que imaginé como una cámara de ecos. Recostado sobre la alfombra  empecé a observar figuras multicolores en el techo. A esa hora de la tarde, a Khalil se le ocurrió leer los anuncios clasificados en voz alta como si declamara poesía:

PROTEGE
tu hogar con PICOS
para
b
 a
   r
    d
                                 a

s-e v-e-n-d-e-n p-o-r m-e-t-ro l-i-n-e-a-l


 … y se paseó de un lado a otro de la habitación gesticulando con la mano que le quedaba libre. Mientras tanto, Diana se recostó a mi izquierda sin parar de reír. Después Khalil estalló en una carcajada y arrojó el periódico al aire (las hojas se esparcieron como en cámara lenta). Khalil y Diana se comenzaron a acariciar y después me hicieron una seña para que me acercara. Nos besamos y después nos quitamos la ropa lentamente, interrumpiendo nuestro juego cada que nos ganaba la risa o que volvíamos a dar un trago a la infusión. Estuvimos así durante mucho tiempo hasta que nos quedamos dormidos. A mitad de la madrugada me despertó un ruido de vidrios rotos y observé, a través de la ventana, cómo se llevaba a cabo la redada en el dormitorio de enfrente.

En un par de horas saldrá el sol, pensé. Para entonces, como es natural, no quedará ninguna huella de la violencia. Diana y Khalil, como afirmé, duermen plácidamente mientras observo la redada que se lleva a cabo en el dormitorio de enfrente. Uno de los agentes, quizá el de mayor rango, ha comenzado a pasar lista a unos estudiantes que permanecen formados en hilera frente al camión. Algunos llevan sus ropas de dormir,  otros están descalzos. Tras dirigirles palabras que no alcancé a escuchar, el agente ha permitido que reingresen al edificio. Es la primera vez que una redada se lleva a cabo tan cerca de nuestro dormitorio. Si los rumores son ciertos, las cosas no pueden más que empeorar. El profesor Wellington continúa desaparecido, así que mañana también se suspenderá nuestro seminario de teoría literaria. Tal vez prepare un poco más de infusión por la mañana, si es que aún sobran raíces; quizá tendré que ir a comprar más. 

El camión por fin se ha ido.  El operativo ha terminado. Suena otra vez el habitual rumor de los grillos y el ligero zumbido que emite el farol. No durarán mucho tiempo esos sonidos. En breve, una cuadrilla llegará para imponer un poco de aseo y reparar cualquier desperfecto. Un vehículo equipado con manguera y cepillos, limpiará los posibles rastros de sangre. Es hora de dormir. El profesor Wellington sigue desaparecido. Por la mañana prepararé un poco más de esta infusión. Como advertí, no sé si queden raíces, tal vez tenga que ir a comprar más. Diana y Khalil duermen plácidamente.





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